Jesús ama a los niños: Versículos de la Biblia

Jesús y los niños: un amor singular y sin igual. En este artículo encontrarás diversidad de versículos que analizaremos a profundidad y contienen sencillos pero poderosos mensajes para que tanto niños como adultos comprendan la importancia de “vivir como niños”. Aprendamos en familia. Leamos juntos.

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Jesús y los Niños como modelos a seguir

A pesar de que Jesús no tuvo hijos de carne, su amor infinito, ternura y compasión lo compartió a hombres y niños. Su devoción por los niños era tal, que los puso como modelos de sencillez, castidad, inocencia y pureza de alma.

Su admiración por los niños es tanta  que se atrevió a decir: “El que recibe a este niño en mi Nombre me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a Aquel que me envió”  Lc 9, 46-50 a pesar de que en aquella época los niños eran tolerados, no tomados en cuenta, incluso, siquiera eran contados como “personas”.

Llegar a viejo era visto como el máximo de los logros, por el contrario, ser niño, no tenía relevancia o significado alguno. Los mayores, e incluso, los mismos discípulos apartaban a los niños de Jesús, pues creían que solo representaban una molestia y que hablar con ellos era “desgastar palabras”.

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¿Cuál era la postura de Jesús frente a los niños?

Jesús, como siempre, rompió paradigmas y dio a su pueblo (y discípulos) una gran lección al mostrar a los niños como un modelo a seguir y al exigirles que fuesen como ellos.

Jesús: Conociendo a los niños

Un día, los discípulos de Jesús se preguntaron ¿quién era el más grande? Este episodio fue la consecuencia de que en una ocasión no pudieron salvar a un endemoniado y empezaron a culparse los unos a los otros.

Jesús siempre conoce nuestros pensamientos, sentimientos y lo que hay en nuestro corazones, por supuesto,  sus discípulos, no eran la excepción, decidió salvarlos de la amargura acercándose a un niño y les dijo: “El que recibe a este niño en mi Nombre me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ése es el más grande”.

Cuando somos adultos, olvidamos la manera inocente en como veíamos la vida cuando estábamos más pequeños, empezamos a juzgar a otros y a nosotros mismos, nos dejamos llevar por nuestros temores, envidiamos lo ajeno. Jesús nos enseña que debemos volver a esa esencia e inocencia para recibirlo en nuestros corazones.

En cambio, cuando somos niños no tenemos ambiciones, nuestra alma es pura, no tiene miedo de no ser merecedor o ser juzgado, actúa de acuerdo a sus impulsos y disfruta de lo que hace feliz sin pensar mucho. A estos niños ama y abraza nuestro Señor; se permite tenerlos cerca de sí, pues lo imitan. Jesús nos dice en Mt 11,29: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”.

Él conoce la gracia de los niños, por lo que habla de ellos con tanto entusiasmo y alegría. En Mateo 11,16 Jesús nos cuenta sobre la parábola de los niños que tocan la flauta a sus amigos y jugaban a imaginarios llantos.

Estos párrafos nos ofrecen dos grandes enseñanzas: La primera: Quienes deseen ser los más grandes deben recibir a los pobres de Cristo por su honor. También, nos alienta a ser inocentes y no maliciosos o mal intencionados. La segunda: Será mayor aquel quien ame al prójimo, en especial, a los más humildes, pero además, reconozca su indigencia ante Dios.

Recordemos que Dios es quien siempre nos provee, sin él, no tendríamos nada. Nuestra comida, techo, familia, vida, todo se lo debemos a él, por ello, siempre debemos obrar de corazón, glorificarlo y dar gracias por todo lo que nos da cada día.

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¿Qué valor tienen los niños para Jesús?

Para Jesús, un niño no es valioso por su apariencia física, sino por un tesoro que solo ellos poseen: la gracia y pureza en su alma.

En ocasiones, cometemos el error de creer que por el hecho de ser adultos no podemos aprender de ellos, por el contrario, si empezamos a prestarles atención, nos daremos cuenta de lo sabios que pueden llegar a ser ¿Alguna vez tu hijo o  hija te ha sorprendido con una pregunta o una respuesta? ¡Aprende de él! Porque es Dios quien te está hablando.

La biblia nos dice:

“De la boca de los niños sale la alabanza que agrada a Dios” (cf. Mt 21, 16)

“Son ellos, los niños, los que saben, los inteligentes, porque es a ellos a quienes Dios ha entregado su palabra y lo profundo de sus misterios” (cf. Mt 11, 25)

“Dejen que los niños se acerquen a mí” (Mc 10, 13-16)

Entonces, ¿por qué haces oídos sordos a sus inquietudes, preguntas y reclamos? ¿Por qué en vez de actuar como los discípulos y apartarlos de tu lado no los acercas a ti y te maravillas ante su amor infinito?

Al observar estas imágenes de Jesús y los niños, ¿qué te transmite? ¿qué puedes ver?

Jesús ama profundamente a los niños

Para los judíos era una costumbre presentar sus hijos a los rabinos para que les impusieran las manos y recibieran la bendición de los jefes de la sinagoga y los hijos y discípulos recibían la bendición de sus padres, fue así, como luego, empezaron a llevar a sus hijos a Jesús para que este les impusiera las manos.

En cierta ocasión, el Maestro Jesús, se encontraba compartiendo sus enseñanzas a sus discípulos, cuando estos notaron que se acercaban padres y niños, a los padres no les hicieron reclamo alguno, sin embargo, a los niños sí, de hecho, los apartaron del lado del Maestro, porque suponían que lo molestarían o interrumpirían sus enseñanzas, cuando en realidad, solo lo hicieron porque sentían cariño, confianza y deseaban aprender.

El reino ha de recibirse como lo recibe un niño. Si observamos que alguno de ellos se acerca al presbítero no se lo impidamos ni le reclamemos, por el contrario, permitámosle acercarse, esto nos demuestra su interés ante el llamado de Cristo, su cuerpo y su sangre. Como adultos, seamos una guía, enseñemos a nuestros niños y jóvenes a orar, hacer plegarias por el santísimo, por ellos mismos y por la familia.

Jesús nos está pidiendo, “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos”.

Jesús, no solo busca constantemente maneras de demostrarnos su profundo amor por nuestros niños y jóvenes, sino que nos hace hincapié a través de su palabra (Evangelio) que debemos ser y actuar con sencillez. La limpieza y humildad de nuestro espíritu es requisito indispensable para entrar al Reino de los Cielos. Y Jesús quiere que todos lleguemos, por lo que nos invita una y otra vez a ser como niños.

¿Qué significa “ser como niño”? Que nuestras virtudes son transparentes, no están corrompidas y siempre están presentes la dulzura, la humildad, la buena disposición y las ganas de aprender. Su corazón siempre está abierto y no contradicen al espíritu, no juzgan el camino que Dios ha trazado para nosotros, por tal motivo, es importante involucrarlos en la catequesis e invitarlos a participar.

Procuremos promover en nosotros, pero sobre todo en nuestros niños virtudes como: la inocencia, ser sencillos de corazón, no mentir (sinceridad), la credibilidad, la docilidad y la buena disposición, especialmente para descubrir (sin juzgar ni cuestionar) el camino para alcanzar y lograr la pertenencia al Reino de Dios a través de su palabra (Evangelio).

Jesús se preocupa por los niños

Según el Evangelio de san Mateo, Jesús dijo: “Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, me recibe a mí. De igual modo, el Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños (Mt 8, 1-5. 10. 12-14).

La Biblia, también nos dice: “Reprende a quienes les mirasen con desprecio” (cf Mt 18, 10); señala, sobre todo, los más duros castigos para quien escandalizare a un niño (cf. Mt 18, 6), e incluso, nos brinda una razón un tanto misteriosa de la especial preocupación de Jesús por nuestros niños: “Porque sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18, 10).

¿Sabían qué… los ángeles custodios de los niños están en primera fila en el cielo? ¡Sí! Están en primera fila contándole a Dios de las aventuras de otros niños.

 

Hagamos una pausa un instante y recordemos que los fariseos profesaban tener derecho al Reino de los Cielos, sin embargo, este es un privilegio concedido como un don de Dios, el cual, debe ser recibido con “actitud de niño”, es decir, no como una exigencia, sino como regalo de Dios.

¿Se imaginan la reacción de los discípulos y demás adultos? No podían dejar de preguntarse ¿Tener que ser como un niño para entrar al reino de los cielos? ¿Pero si un niño es pequeño y débil? No cabe la menor duda de que sentían una mezcla entre asombro y decepción.

Si, los niños son pequeños, pero también humildes, no tienen ambición, malas intenciones, no conocen la envidia ni buscan privilegios. No son codiciosos o jactanciosos. Reconocen su pequeñez y debilidad, es por ello que son tan humildes ante el padre, están tan dispuestos a seguir sus pasos y lo reciben con tanta alegría y dicha. Ese es el sentido, o mejor, dicho, el verdadero significado de “hacernos como niños”.

 Otra petición que nos hace nuestro señor Jesús es: “El que no renuncie a sí mismo, no puede ser mi discípulo”. Tener claridad de cuan pequeños somos ante Dios, es así como Jesús quiere que sean sus apóstoles, discípulos y cada uno de nosotros como creyentes y practicantes de su palabra.

Desarrollar una gran disposición para servirle, adorarle y glorificarle, para aceptar su grandeza, es parte del servicio que nos ha sido encomendado como sus hijos, como su pueblo, como sus creyentes. Cumplir con esto es lo que nos diferenciará y nos convertirá en niños (de corazón). Dependientes, confiados y rendidos enteramente ante la omnipotencia, omnipresencia y grandeza de Jesucristo nuestro señor.

Tampoco debemos olvidar que acoger a un hermano indefenso, humillado, marginado, pobre en espíritu es acoger a Dios. Todo lo que hagamos en favor de otros, lo hacemos también por Cristo.

Ser como niños, también es suprimir del corazón la ambición y la envidia por cosas materiales, un ascenso, y hasta un compañero o compañera de vida. Sabemos que no siempre resulta sencillo, pues la humildad a veces es opacada por nuestro ego y naturaleza humana. Renunciemos a esos deseos de poder, de pretender querer controlarlo todo y a todos, confiemos en los planes de Dios, en sus acciones y en todo lo que nos ofrece día a día.

Es comprensible, en ocasiones, nos desesperamos, porque queremos dinero, comida o cosas materiales, pero reflexiona por un instante lo siguiente: ¿No te parece suficiente el hecho de estar vivo? Estar sano, tener un techo, el pan de cada día, respirar, ver, escuchar, ¿no es suficiente para agradecer y glorificar a Dios? Él nunca nos abandona, siempre nos cuida, protege y nos da todo lo que requerimos.

Confiemos en la protección de Dios, y recordemos, que sin importar nuestra edad jamás dejamos de ser niños para nuestra madre, así como tampoco dejaremos de ser hijos de nuestra amada madre María, Madre de Dios y Madre Nuestra. Pidámosle ser como esos niños que Jesús quiere que seamos.

Jesús sana a los niños

Mc 5,39 “Y entrando les dijo: ¿Por qué hacéis alboroto y lloráis? La niña no ha muerto, sino que está dormida”

Un hermoso versículo que nos narra la historia de cómo Jesús sano a una niña de 12 años, a la que tiernamente llama “Thalita”. Esta niña representa los hijos de ayer, del hoy y del mañana.

Una niña, que al igual que muchos de nuestros hijos e hijas, puede renacer al seguir los pasos de nuestro señor, y que tal y como ella lo hizo, en este nuevo despertar, requerirá de comida, no sólo para su cuerpo físico, para fortalecerse y crecer, sino también, alimento para su alma, oraciones, valores, amor y cuidados para convertirse en un hombre o mujer de bien.

Los niños que crecen con un ejemplo de vida bíblico y se convierten en hombres y mujeres de bien, son adultos que creen fervientemente en Dios, poseen bases sólidas en sus creencias, nada tambalea su fe y están dispuestos a ayudar a quien lo requiera, obrando desde el amor, la compasión y la ternura, al igual que lo hizo nuestro señor Jesucristo.

La fe de la mujer cananea (Mt 15:21-28)

Una mujer creyente de Baal (el dios engañador, cruel, fornicario y vengativo) acude desesperada a Jesús para que cure a su hija endemoniada gritándole: – “Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.”

Él no respondió nada. Ella se postró y continuó: – “Señor, ¡socórreme!” Sé que no está bien echar a los perros el pan de los hijos, pero los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos, ante tal petición, el maestro le contestó: – “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.” Quedando inmediatamente su hija curada.

¿Qué mensaje nos deja esta historia? Que la mujer, pese al silencio inicial de Jesús sabía lo que pedía, demostró su fe y no tuvo miedo de postrarse y reconocer la grandeza de Dios, pese a que su creencia era distinta. Ella sabía que Jesús podía ayudarla, así que pidió y pidió hasta que Dios le concedió su petición.

*Baal es el símbolo del demonio y “baales” es igual a decir “demonios”. Justamente uno de esos demonios era quien poseía el cuerpecito de esta niña pagana, pero la fe y humildad de la madre la hicieron ricamente recompensada con el milagro de Jesús.

Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7:11-15)

A diferencia de la historia o episodio bíblico anterior, esta mujer no pide nada a Jesús, ni por ella ni por su hijo, es él, quien se da cuenta del profundo dolor que esta madre atraviesa, que además de ser viuda, ahora también, había perdido a su hijo. Jesús se acercó y exclamó: “Joven, a ti te lo digo: levántate”. Levántate y crece, por dentro y por fuera.

El mensaje que nos dejan estos versículos es que Dios conoce nuestros pesares, nuestras batallas y sufrimientos. Él siempre nos ofrece consuelo y una mano amiga cuando más lo necesitamos. Nuevamente, se refuerza el mensaje de confiar en su palabra, en su camino y mantener nuestra fe incluso en los momentos difíciles.

Jesús cura al hijo de un oficial real (Jn 4, 46-54)

En Capernaum había un rey  cuyo hijo estaba muy enfermo, al escuchar que Jesús venía de Judea a Galilea no dudo ni por un instante en buscarlo para rogarle por su hijo que ya comenzaba a morir. Entonces, Jesús le dijo: “Si no viereis señales y milagros no creeréis”.

El Rey, en medio de su desesperación y angustia, rogaba a Jesús: – “Señor, desciende antes que mi hijo muera, a lo que el Maestro contesta: – “Ve, tu hijo vive”. El hombre creyó a su palabra y se fue. A su regreso, los siervos lo recibieron con alegría y le dijeron – “¡Tu hijo vive!”

Esto nos demuestra que la fe, en definitiva genera milagros, y más, si de un niño se trata; No busquemos ver para luego creer, por el contrario, pidamos con fe, creamos en el poder, la protección ya la palabra de Dios y se nos dará.

¿Y cómo responden los niños a Jesús? De manera amorosa y confiada. Al igual que él les ama, ellos lo aman a él. Los niños poseen un sexto sentido y nunca se acercarían a alguien que no despertara en ellos un sentimiento de confianza o amor.

La llamada de Jesús a la infancia espiritual

Jesús no sólo ama a los niños, sino que los presenta como una parte suya, una extensión de sí mismo, por lo que nos dice: “El que por Mí recibiere a un niño como éste, a Mí me recibe” (Mt 18, 5). Esta frase se profundiza más (dicha o escrita de la siguiente manera): “Quien recibe a uno de estos pequeños en mi nombre, a Mí me recibe, y quien me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).

Pudiésemos describir la vida de Jesús como una vida con eterna infancia, en el sentido de que vive en permanente pureza, limpieza de alma, ausencia de ambición y egoísmo.

La ambición, la envidia, el egoísmo, es lo que va manchando nuestra infancia espiritual, es por ello, que Jesús nos pide permanecer fieles a esa infancia, seguir siendo niños, volver a ser como niños (cf. Mt 18, 2-5).

¿Qué le pidió Jesús a Nicodemo? Renacer del agua y del Espíritu (Jn 3, 3) ¿Qué condición colocó a sus apóstoles para entrar en el cielo? Hacerse como niños.

Es importante destacar que esta “infancia” que Jesús nos pide nada tiene que ver con el infantilismo, que es sinónimo de malcriadez, capricho, inmadurez o egoísmo, sino más bien, la reconquista de esa inocencia, de esa limpieza interior, de la muestra y visión de las cosas y de otros.

Se refiere también a esa infancia hermosa en donde existe una sonrisa sincera, sé es auténtico y no se posee temor de ser juzgado. Se trata, de compartir de manera generosa, de obrar de manera desinteresada, de ser sencillo y humilde espiritualmente hablando. No poseer ambiciones malsanas o malas intenciones. No juzgar a otros.

Infancia espiritual representa confianza ilimitada en Dios como nuestro Padre y en la Virgen María como nuestra Madre, es mantener una fe serena y amor sin condiciones o límites. Es esencialmente no dejar envejecer el corazón, conservándolo joven, tierno, dulce y amable, sin exigir cuentas o garantías a Dios.

Es importante tomar en cuenta que la infancia espiritual no significa “ignorancia de cosas”, sino más bien, el saberlas, mirarlas o pensarlas “como Dios lo haría”. La manipulación de la información y prejuicios traen consigo una intención mal sana de aquel o aquellos que se creen inteligentes, pero que en realidad, solo se aprovechan de la infancia espiritual de quienes le siguen.

La infancia espiritual no implica o representa una vida con ausencia de problemas, que nos aislemos de todo y de todos, que nos auto ceguemos ante a una realidad, sino tener la sensibilidad, conciencia y madurez suficiente como para entender que aunque el mundo no siempre es rosa, aunque en ocasiones libraremos batallas (unas más fuertes que otras) todo lo que ocurre en nuestra vida tiene un propósito por nuestro padre.

En vez de preguntarte ¿por qué a mí? actuar como víctima, y desde la lástima, confiemos y pidamos con fe. No hay problema que la oración no ayude o al menos, no nos de la fortaleza, la sabiduría o las herramientas necesarias para salir victoriosos de ella; Y ante la cruz que todos llevamos, poner un rostro sereno, confiado e incluso sonriente.

Entonces ¿cuáles son las características de la infancia espiritual? Las principales o en las que más debemos hacer énfasis son cuatro, entre ellas: Apertura de espíritu, sencillez, primacía del amor y sentimiento filial de la vida.

Debemos tener especial cuidado con estas características de la infancia espiritual y no confundir, es apertura no cerrazón, es sencillez, no soberbia, es primacía del amor no de la cabeza, y por último, es sentimiento filial, no miedo o desconfianza.

Los ángeles tienen la gran tarea de quitarnos las capas que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida como una manera de “protegernos”, pero ¿protegernos de quién? Si Dios no busca dañarnos. La respuesta más sensata y lógica sería protegernos de nosotros mismos, de nuestros propios miedos, de nuestras angustias, de nuestros sentimientos negativos

Creemos erróneamente que así y solo así podremos renacer nuevamente y dar riendas sueltas a ese niño que habita en nuestro interior pero habíamos olvidado en el camino por esa coraza que según nosotros nos protegía pero que solo nos hacía daño y nos condenaba a una vida de sufrimiento, decepciones, desamores, desaciertos, incertidumbre, amargura y rabia, las cuales, con el paso de los años se transforman en algo físico y empezamos a enfermar y a envejecer.

Reflexión final

Tenemos una gran tarea: ¡Ser como niños! Que como ya hemos visto y repetido en varias ocasiones a lo largo de este artículo requiere de una gran dosis de humildad y sencillez de nuestro pensamiento, obra y espíritu.

Si queremos gozar del tan anhelado “Reino de los cielos” debemos pasar por la puerta estrecha, y esto significa rendirnos ante Dios, abrir nuestro corazón a él, recibirlo con gozo. No juzgar o cuestionar su palabra.  Los niños son el futuro, el más grande tesoro, nuestros más grandes maestros, son quienes dan ese toque dulce e inocente y hacen de este mundo más llevadero.

En el Reino de Dios sólo habrá niños, niños de cuerpo y de alma; Martín Descalzo dice que si Dios hubiese creado una humanidad de solamente adultos, hace siglos este mundo estaría pervertido, corrompido y podrido, por ello, Dios la renueva constantemente con oleadas de niños y generaciones tras generaciones con aroma a esperanza, vigor, unión, amor, paz y transformación de todos los que habitamos en el.

No permitamos que ese niño que habita en nuestro interior se envenene y se corrompa por nuestra ambición de poder o la absurda necesidad ser reconocidos. No permitamos que el ego controle nuestras vidas. Volvamos a esa conexión inicial, a nuestra esencia, a lo que somos por naturaleza: Hijos de Dios. La puerta estrecha de la infancia es la única manera de llegar al corazón de Dios y recibir su gracia divina, su misericordia y amor infinito.

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