Matrimonio Católico es la aprobación libre que le permite a las parejas entregarse y recibirse mutuamente. Es decir, la esencia o “materia” lo que llamamos el sacramento del matrimonio. El matrimonió es la íntima unión de la sociedad, de la vida y del amor, establecida por Dios y regida por sus leyes. Es la entrega mutua entre el hombre y la mujer con el fin de encontrar entre ellos en bien para ambos y sobre sus sentimiento inevitables.
Indice De Contenido
- 1 El sacramento del matrimonio
- 2 El matrimonio en el plan de Dios
- 3 El matrimonio en el orden de la creación
- 4 El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
- 5 ¿Qué es el sacramento del matrimonio para el Señor?
- 6 La pureza por el Reino de Dios
- 7 ¿Cuál es el Fin de La celebración del Matrimonio?
- 8 El consentimiento matrimonial
- 9 Matrimonios, mixtos y disparidad de culto
- 10 ¿Cuáles son Los efectos del sacramento del matrimonio?
- 11 Bienes y exigencias del amor conyugal
- 12 La iglesia doméstica
- 13 Resumen del código de derecho canónico
- 14 Matrimonio civil para la iglesia católica
El sacramento del matrimonio
En el código del derecho canónico – 1601, el sacramento del matrimonio como: “La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados” (CIC, can. 1055,1).
El matrimonio en el plan de Dios
Es importante comprender la palabra, pues la historia muestra que toda relación tiene sus raíces, en la voluntad única de Dios quien ha creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, les dio la capacidad de amarse y entregarse equitativamente, hasta el punto de poder ser “una sola carne”.
En Génesis 2:22-24 nos dice; 22: Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre. 23: Dijo entonces Adán: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada. 24: Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.
Las leyes que se verán a continuación, es un sabio establecimiento del Creador para realizar su designio de amor en la humanidad:
La Sagrada Escritura se abre con el relato de la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (véase Gn 1,26- 27) y se cierra con la visión de las “bodas del Cordero” (véase Ap 19,7.9).
A lo largo de la escritura habla del matrimonio y de su “secreto”, de su institución y del sentido que Dios le dio, de su principio y de su final, de sus ejecuciones desemejantes a lo largo de la historia de la protección, de sus problemas nacidas del pecado y de su transformación “en el Señor” (véase 1 Co 7,39) todo ello en la perspectiva de la Nueva Alianza de Cristo y de la Iglesia (véase cf Ef 5,31-32).
El matrimonio en el orden de la creación
Cabe destacar que se instruyen las reflexiones sobre el Sacramento del Matrimonio asistiendo a los principios de la humanidad como la Biblia lo describe. Al final de la creación y como lo explicamos posteriormente Dios creó la criatura más destacable en altura sobre lo que le rodea: El ser humano, este es, la imagen que representa el amor de Dios y su inicial alianza de amor con la humanidad.
El matrimonio es creado, amado y consagrado por Dios. Él mismo confirma que su obra es excelente. Por eso en génesis se expresa diciendo: “Y los bendijo…” (véase Gn 1,28). “Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (véase Gn 1,31).
Es beneficioso leer este pasaje con el propósito de revelar cómo Dios es condesciende al hombre y a la mujer para que ambos puedan sentirse ambos de la misma forma e igualdad, llamados a amarse, ayudarse, apoyarse, a complementarse y a hacer crecer la vida humana en la tierra. La disposición al matrimonio se apunta en la naturaleza del hombre y de la mujer.
La segunda parte del código del derecho canónico la celebración del misterio cristiano, expone que:
.- 1603: El matrimonio no es necesariamente o estrictamente humano a pesar de las distintas transiciones que ha podido sufrir a lo largo del tiempo en las diferentes culturas, estructuras sociales y actitudes espirituales. Estas multiplicidades no deben hacer olvidar su filosofía inicial y permanente.
A pesar de que la dignidad de esta institución no se trasluzca siempre con la misma claridad (véasecf GS 47,2), existe en todas las culturas un cierto sentido de la grandeza de la unión matrimonial. “La salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (véase GS 47,1).
.- 1604: Dios que ha creado al hombre por amor lo ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (véase Gn 1,2), que es Amor (véase cf 1 Jn 4,8.16). Habiéndolos creado Dios hombre y mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre.
Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (véase cf Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común del cuidado de la creación. “Y los bendijo Dios y les dijo: “Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla'” (véase Gn 1,28).
.- 1605: La Sagrada escritura afirma que el hombre y la mujer fueron creados el uno para el otro: “No es bueno que el hombre esté solo”. La mujer, “carne de su carne”, su igual, la criatura más semejante al hombre mismo, le es dada por Dios como una “auxilio”, representando así a Dios que es nuestro “auxilio” (véase cf Sal 121,2).
“Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (véase cf Gn 2,18-25). Que esto significa una unión indefectible de sus dos vidas, el Señor mismo lo muestra recordando cuál fue “en el principio”, el plan del Creador: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (véase Mt 19,6).
El matrimonio bajo la esclavitud del pecado
La responsabilidad otorgada en el sacramento se debería de convierte en el estilo de vida de los esposos pero lamentable la realidad es otra, el mundo actual vive en lo que podemos llamar crisis familiar, debido a que el hombre lentamente se ha ido separado de las claves espirituales inclinándose por las cosas materiales, e incluso, haciéndose propios a otros pareceres religiosos de convenio a sus intereses, es de esta manera como se refleja la unión libre, la extinción de la virginidad y el adulterio, 3 de los mandatos que constituyen un pecado de acuerdo al creencia cristianas.
Como hemos venidos mencionando en el código del derecho canónico, se dice que:
.-1606: Todo hombre, tanto en su ambiente como en su propio corazón, vive la experiencia del mal. Esta costumbre se hace sentir también en las relaciones entre el hombre y la mujer.
En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desconcierto puede manifestarse de manera más o menos sutil, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre aparece como algo de carácter universal.
.-1607: Según la fe, este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado.El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el hombre y la mujer.
Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (véase cf Gn 3,12); su atractivo mutuo, don propio del creador (véase cf Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominio y de concupiscencia (véase cf Gn 3,16b); la hermosa vocación del hombre y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (véase cf Gn 1,28) queda sometida a los dolores del parto y los esfuerzos de ganar el pan (véase cf Gn 3,16-19).
.-1608: Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado (véase cf Gn 3,21). Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó “al comienzo”.
Por todas estas razones el matrimonio debe ser tomado como el sacramento de servicio que, de la mano al apoyo permanente de la gracia de Dios, es un camino atractiva para lograr la santidad.
¿Qué es el sacramento del matrimonio para el Señor?
Es precisamente en el inicio de la analogía de un matrimonió firme y espléndido donde Dios quiere que sean procreados los hijos para que florezcan en el amor y sea allí en el lecho donde se reciban las nuevas criaturas y se forme la familia, y la sociedad. En definitiva es, su amor el mismo que se convertirá en instrumento disponible a la obra creadora de Dios. es en el inicio al matrimonio y en la similitud a la comunión de vida y del amor en donde todos, tanto los hombres como las mujeres tienen esa posibilidad de “ser” y de alcanzar su momento de máximo perfección o desarrollo.
En el código del derecho canónico, se cuenta que:
.-1612: La alianza nupcial entre Dios y su pueblo Israel se encontraba preparando la nueva y eterna alianza mediante la que el Hijo de Dios, el cual se encarna y da su vida, se unió en cierta manera con toda la humanidad salvada por él (véase cf. GS 22), preparando así “las bodas del cordero” (véase Ap 19,7.9).
.-1613: En el umbral de su vida pública, Jesús realiza su primer signo -a petición de su Madre- con ocasión de un banquete de boda (véase cf Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en adelante el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo.
.-1614: En su predicación, Jesús enseñó sin ningún tipo ambigüedad el sentido original de la unión del hombre y la mujer, tal como el Creador la quiso en un principio: la autorización, dada por Moisés, de repudiar a su mujer era una concesión a la dureza del corazón (véase cf Mt 19,8); la unión matrimonial del hombre y la mujer es indisoluble: Dios mismo la estableció: “lo que Dios unió, que no lo separe el hombre” (véase Mt 19,6).
.-1615: Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial lo cual genera perplejidad y aparece como una exigencia casi improbable (véase cf Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos una carga imposible de llevar y demasiado pesada (véase cf Mt 11,29-30), más pesada que la Ley de Moisés.
Viniendo para restablecer el primer orden de la creación perturbado por el pecado, da la fuerza y la gracia para vivir el matrimonio en la dimensión nueva del Reino de Dios. Siguiendo a Cristo, renunciando así mismos, tomando sobre sí sus cruces (véase cf Mt 8,34), los esposos podrán “comprender” (véase cf Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivir lo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la Cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana.
.-1616: Por lo que el apóstol Pablo quiere hacer llegar diciendo lo siguiente: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla” (véase Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: “`Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne’. Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia” (véase Ef 5,31-32).
.-1617: Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por decirlo de alguna manera, como el baño de bodas (véase cf Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia.
Puesto que es signo y comunicación de la gracia, el matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (véase cf DS 1800; CIC, can. 1055,2).
Muchas recomendaciones sobre el propósito de Dios para el matrimonio se explican en las principales páginas de la Biblia en el tratado del Génesis.
Lo fundamental a comprender en este punto es que, desde el comienzo, a partir que el hombre y la mujer fueron procreados por Dios. Él dispuso que compartieran la vida en amor. No obstante, la mujer fue creada como “apoyo” para el hombre. Fue creado del hombre, y pesar de todos los levantamientos de los “expertos” modernos, la mujer si puede hallar su mayor placidez y satisfacción relacionándose, ayudando y complementando a su compañero de la vida matrimonial, trayendo al mundo un hijo y dirigiendo su hogar.
La pureza por el Reino de Dios
Cuando nos dice pureza o virginidad lo primero en lo que pensamos es en el sexo. Pues Dios invento el sexo con dos motivos:
- Para la multiplicación (lo dice el libro de Génesis) .
- Y placer (lo dice en el libro de Cantares, Proverbios y el apóstol Pablo también plática un poco sobre esto).
Entonces se pudiera decir que no es tan cierto que el sexo sea malo. El sexo es algo bueno, como todo lo que Dios ha realizado.El problema está en la dificulta de entender que con algo bueno también nos se hacen cosas malas que puede llegar inclusive a lastimar. Es lo que sucede con el con el fuego, por poner un ejemplo.
¿Alguien puede afirmar que este sea algo malo , diabólico o hasta infernal? El fuego es simple y extraordinario, sirve para cocinar y para mantenernos cálidos en distintas zonas de fríos. Pero con el fuego es posible que también nos podemos quemar, y por eso hay que tener tanto cuidado ¡esto es parecido a lo que pasa con la sexualidad!.
Muy bien ya aclaramos el punto de la pureza o también conocida como virginidad abocándonos a la sexualidad. Pero por el Reino de Dios la vocación sacerdotal o también llamada religiosa, forma parte del sacramento matrimonial. El señor necesita de quienes se ocupen de sus cosas. Es que quien ocupe este lugar también tendrá muchos hijos espirituales.
Dios les da a los sacerdotes esa vocación paternal o maternidad, al llamarles padre o madre, y es que se entiende que su vocación esta resplandecida por el matrimonio, la “clave’’ de su compromiso es espiritual con Dios.
El código del derecho canónico, nos habla de que:
.-1618: Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer puesto entre todos los demás vínculos de tipo familiar o social (véase cf Lc 14,26; Mc 10,28-31).
Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (véase cf Ap 14,4), para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (véase cf 1 Co 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (véase cf Mt 25,6).
Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida del que Él es el modelo: Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos hechos por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda (véase Mt 19,12).
.-1619: La virginidad por el Reino de los Cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo (véase cf 1 Co 7,31; Mc 12,25).
.-1620: Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es él quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad (véase cf Mt 19,3-12).
La estima de la virginidad por el Reino (véase cf LG 42; PC 12; OT 10) y el sentido cristiano del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente:Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad… (véase S. Juan Crisóstomo, virg. 10,1; cf FC, 16).
¿Cuál es el Fin de La celebración del Matrimonio?
Cuando nos referimos a La celebración del Matrimonio, no es nada más que un hombre y una mujer cuando se encuentran junto al altar, para que Dios les garantice con su gracia la voluntad de contraer Matrimonio ante la Iglesia y la comunidad cristiana en ese momento reunida.
Se trata de que Cristo bendiga copiosamente el amor conyugal, y él mismo que los consagró un día con el santo bautismo, para que sean enriquecidos, les de fuerza con este sacramento que es tan característico y así poder bendecir esa unión mutua y que la felicidad y fidelidad de ambos sea imperecedera cumpliendo además obligación del Matrimonio. Por tanto, el Matrimonio Fiesta o acto solemne con el que se conmemora todos sus acontecimientos. Los canónico, manifiestan que:
.-1621: En el rito latino, la celebración del matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente dentro de la Santa Misa, en virtud del vínculo que tienen todos los sacramentos con el Misterio Pascual de Cristo (véase cf SC 61). En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó (véase cf LG 6).
Es, pues, conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia, hecha presente en el sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, “formen un solo cuerpo” en Cristo (véase cf 1 Co 10,17).
.-1622: “En cuanto gesto sacramental de santificación, la celebración del matrimonio…debe ser por sí misma válida, digna y fructuosa” (véase FC 67). Por tanto, conviene que los futuros esposos se dispongan a la celebración de su matrimonio recibiendo el sacramento de la penitencia.
.-1623: Según la tradición latina, los esposos, como ministros de la gracia de Cristo, manifestando su consentimiento ante la Iglesia, se confieren mutuamente el sacramento del matrimonio. En las tradiciones de las Iglesias orientales, los sacerdotes -Obispos o presbíteros- son testigos del recíproco consentimiento expresado por los esposos (véase cf. CCEO, can. 817), pero también su bendición es necesaria para la validez del sacramento (véase cf CCEO, can. 828).
.-1624: Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de epíclesis pidiendo a Dios su gracia y la bendición sobre la nueva pareja, especialmente sobre la esposa. En la epíclesis de este sacramento los esposos reciben el Espíritu Santo como Comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (véase cf. Ef 5,32). El Espíritu Santo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre generosa de su amor, la fuerza con que se renovará su fidelidad.
El consentimiento matrimonial
El consentimiento matrimonial es un hecho de la voluntad, con el fin de que el hombre y la mujer se confíen y se aceptan entre ellos, en un convenio necesario para construir el matrimonio. Es un requisito esencial para la presencia del matrimonio. Si el consentimiento falta, no hay matrimonio, se convierte en la última decisión para pasar a ser un matrimonió constituido, Básicamente, el consentimiento se fundamenta en un acto humano, por el cual los cónyuges se dan y se acogen mutuamente. “Yo te acepto como esposa”, “Yo te acepto como esposo” es ese ¡Si, Acepto!.
El Consentimiento expresado en él código del derecho canónico, aclara que:
.-1625 Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer el matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. “Ser libre” quiere decir: no obrar por coacción; no estar impedido por una ley natural o eclesiástica.
.-1626 La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento indispensable “que hace el matrimonio” (véase CIC, can. 1057,1). Si el consentimiento falta, no hay matrimonio.
.-1627 El consentimiento consiste en “un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente” (véase GS 48,1; cf CIC, can. 1057,2): “Yo te recibo como esposa” – “Yo te recibo como esposo” (véase OcM 45). Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su plenitud en el hecho de que los dos “vienen a ser una sola carne” (véase cf Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31).
.-1628 El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de temor grave externo (véase cf CIC, can. 1103). Ningún poder humano puede reemplazar este consentimiento (véase CIC, can. 1057, 1). Si esta libertad falta, el matrimonio es inválido.
.-1629 Por esta razón (o por otras razones que hacen nulo e inválido el matrimonio; véase cf. CIC, can. 1095-1107), la Iglesia, tras examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar “la nulidad del matrimonio”, es decir, que el matrimonio no ha existido. En este caso, los contrayentes quedan libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de una unión precedente precedente (véase cf CIC, can. 1071).
.-1630 El sacerdote ( o el diácono) que asiste a la celebración del matrimonio, recibe el consentimiento de los esposos en nombre de la Iglesia y da la bendición de la Iglesia. La presencia del ministro de la Iglesia (y también de los testigos) expresa visiblemente que el matrimonio es una realidad eclesial.
.-1631 Por esta razón, la Iglesia exige ordinariamente para sus fieles la forma eclesiástica de la celebración del matrimonio (véase cf Cc. de Trento: DS 1813-1816; CIC, can. 1108). Varias razones concurren para explicar esta determinación:El matrimonio sacramental es un acto litúrgico. Por tanto, es conveniente que sea celebrado en la liturgia pública de la Iglesia.
El matrimonio introduce en una onda eclesial, crea derechos y deberes en la Iglesia entre los esposos y para con los hijos. Por ser el matrimonio un estado de vida en la Iglesia, es preciso que exista certeza sobre él (de ahí la obligación de tener testigos).El carácter público del consentimiento protege el “Sí” una vez dado y ayuda a permanecer fiel a él.
.-1632 Para que el “Sí” de los esposos sea un acto libre y responsable, y para que la alianza matrimonial tenga fundamentos humanos y cristianos sólidos y estables, la preparación para el matrimonio es de primera importancia: El ejemplo y la enseñanza dados por los padres y por las familias son el camino privilegiado de esta preparación.
El papel de los pastores y de la comunidad cristiana como “familia de Dios” es indispensable para la transmisión de los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia (véase cf. CIC, can. 1063), y esto con mayor razón en nuestra época en la que muchos jóvenes conocen la experiencia de hogares rotos que ya no aseguran suficientemente esta iniciación:
Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente sobre la dignidad, dignidad, tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el seno de la misma familia, para que, educados en el cultivo de la castidad, puedan pasar, a la edad conveniente, de un honesto noviazgo vivido al matrimonio (véase GS 49,3).
Matrimonios, mixtos y disparidad de culto
En la actual sociedad cada vez más abierta, son más y más los casos de matrimonios entre cristianos y católicos, evangélicos y católicos, católico y no cristiano.
En la iglesia católica es de mucha importancia que el matrimonio se de forma “ideal” que este sea entre dos personas católicas hombre y mujer. A pesar de esto la iglesia católica invita a las parejas con diversidad de fe o culto que consideren los convenios previos que deben hacer cuando no se comparten la misma religión y credo, en conocimiento de esto, se otorga, como algo excepcional, la autorización para la celebración de la unión mediante el sacramento del matrimonial. En el derecho canónico, se lee que:
.-1633: En numerosos países, la situación del matrimonio mixto (entre católico y bautizado no católico) se presenta con bastante frecuencia. Exige una atención particular de los cónyuges y de los pastores. El caso de matrimonios con disparidad de culto (entre católico y no bautizado) exige una aún mayor atención.
.-1634: La diferencia de confesión entre los cónyuges no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio, cuando llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada uno vive su fidelidad a Cristo.
Pero las dificultades de los matrimonios mixtos no deben tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de que la separación de los cristianos no se ha superado todavía. Los esposos corren el peligro de vivir en el seno de su hogar el drama de la desunión de los cristianos.
La disparidad de culto puede agravar aún más estas dificultades. Divergencias en la fe, en la concepción misma del matrimonio, pero también mentalidades religiosas distintas pueden constituir una fuente de tensiones en el matrimonio, principalmente a propósito de la educación de los hijos. Una tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa.
.-1635: Según el derecho vigente en la Iglesia latina, un matrimonio mixto necesita, para su licitud, el permiso expreso de la autoridad eclesiástica (véase cf CIC, can. 1124). En caso de disparidad de culto se requiere una dispensa expresa del impedimento para la validez del matrimonio (véase cf CIC, can. 1086).
Este permiso o esta dispensa supone que ambas partes conozcan y no excluyan los fines y las propiedades esenciales del matrimonio; además, que la parte católica confirme los compromisos -también haciéndolos conocer a la parte no católica- de conservar la propia fe y de asegurar el Bautismo y la educación de los hijos en la Iglesia Católica (véase cf CIC, can. 1125).
.-1636: En muchas regiones, gracias al diálogo ecuménico, las comunidades cristianas interesadas han podido llevar a cabo una pastoral común para los matrimonios mixtos. Su objetivo es ayudar a estas parejas a vivir su situación particular a la luz de la fe.
Debe también ayudarles a superar las tensiones entre las obligaciones de los cónyuges, el uno con el otro, y con sus comunidades eclesiales. Debe alentar el desarrollo de lo que les es común en la fe, y el respeto de lo que los separa.
.-1637: En los matrimonios con disparidad de culto, el esposo católico tiene una tarea particular: “Pues el marido no creyente queda santificado por su mujer, y la mujer no creyente queda santificada por el marido creyente” (véase 1 Co 7,14).
Es un gran gozo para el cónyuge cristiano y para la Iglesia el que esta “santificación” conduzca a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana (véase cf. 1 Co 7,16). El amor conyugal sincero, la práctica humilde y paciente de las virtudes familiares, y la oración perseverante pueden preparar al cónyuge no creyente a recibir la gracia de la conversión.
¿Cuáles son Los efectos del sacramento del matrimonio?
Comprender que los principales efectos del matrimonio se rigen por el bien total de las personas, y en fusión al amor que junta lo humano con lo divino llevando al matrimonio entregarse libremente. Son los derechos canónicos, quienes hablan:
.-1638: “Del matrimonio válido se origina entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo por su misma naturaleza; además, en el matrimonio cristiano los cónyuges son fortalecidos y quedan como consagrados por un sacramento peculiar para los deberes y la dignidad de su estado” (véase CIC, can. 1134).
El vínculo matrimonial
El vínculo matrimonial surge dela aprobación libre dado por un hombre y una mujer preparados para de unirse en matrimonio. Hoy en día, el contenido que se requiere para generar un vínculo matrimonial canónicamente válido es:
- Inicialmente la ausencia de impedimentos.
- Que no existan vicios graves en el consentimiento.
- Que no existan determinados defectos de forma.
Una vez dado vínculo matrimonial, no se permitirá revocación por las partes y sólo la muerte en los cónyuges lo disuelve. Pero todo esto se lo explicaremos con el código del derecho canónico.
.-1639: El consentimiento por el que los esposos se dan y se reciben mutuamente es sellado por el mismo Dios (véase cf Mc 10,9). De su alianza “nace una institución estable por ordenación divina, también ante la sociedad” (GS 48,1). La alianza de los esposos está integrada en la alianza de Dios con los hombres: “el auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino” (véase GS 48,2).
.-1640: Por tanto, el vínculo matrimonial es establecido por Dios mismo, de modo que el matrimonio celebrado y consumado entre bautizados no puede ser disuelto jamás. Este vínculo que resulta del acto humano libre de los esposos y de la consumación del matrimonio es una realidad ya irrevocable y da origen a una alianza garantizada por la fidelidad de Dios.
La Iglesia no tiene poder para pronunciarse contra esta disposición de la sabiduría divina (véase cf CIC, can. 1141).
La gracia del sacramento del matrimonio
Gracia propia del sacramento matrimonial es la promesa de afianzar el amor de los cónyuges, esto no es solo, un suceso privado de los sueños de una pareja, sino también la contestación a una inspiración en la que Dios se manifiesta para el bien de los hombres. “En su condición de vida, los cónyuges cristianos poseen la bendición propia de Dios”. Véase en los derechos canónicos toda la explicación:
.-1641: “En su modo y estado de vida, (los cónyuges cristianos) tienen su carisma propio en el Pueblo de Dios” (véase LG 11). Esta gracia propia del sacramento del matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble. Por medio de esta gracia “se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la acogida y educación de los hijos” (véase LG 11; cf LG 41).
.-1642: Cristo es la fuente de esta gracia. “Pues de la misma manera que Dios en otro tiempo salió al encuentro de su pueblo por una alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, mediante el sacramento del matrimonio, sale al encuentro de los esposos cristianos” (véase GS 48,2).
Permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz, de levantarse después de sus caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros (véase cf Ga 6,2), de estar “sometidos unos a otros en el temor de Cristo” (véase Ef 5,21) y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo.En las alegrías de su amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Cordero:
¿De dónde voy a sacar la fuerza para describir de manera satisfactoria la dicha del matrimonio que celebra la Iglesia, que confirma la ofrenda, que sella la bendición? Los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica.
¡Qué matrimonio el de dos cristianos, unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina, el mismo servicio! Los dos hijos de un mismo Padre, servidores de un mismo Señor; nada los separa, ni en el espíritu ni en la carne; al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Donde la carne es una, también es uno el espíritu (véase Tertuliano, ux. 2,9; cf. FC 13).
Bienes y exigencias del amor conyugal
El amor de los cónyuges requiere de su misma naturaleza, de la unidad y la permanencia dentro de la sociedad cristiana, de personas que estarán la vida entera con los ellos: Este mismo amor conyugal exige a los esposos, respeto y una fidelidad inquebrantable. Así como la existencia de los hijos que son el don más apreciado dentro del matrimonio le contribuye al hombre y la mujer haciéndole mucho al bien.
Los canónicos, nos dicen:
.-1643:”El amor conyugal comporta una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona -reclamo del cuerpo y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de la voluntad-; mira una unidad profundamente personal que, más allá de la unión en una sola carne, conduce a no tener más que un corazón y un alma; exige la indisolubilidad y la fidelidad de la donación recíproca definitiva; y se abre a fecundidad.
En una palabra: se trata de características normales de todo amor conyugal natural, pero con un significado nuevo que no sólo las purifica y consolida, sino las eleva hasta el punto de hacer de ellas la expresión de valores propiamente cristianos” (véase FC 13). Unidad e indisolubilidad del matrimonio
.-1644: El amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: “De manera que ya no son dos sino una sola carne” (véase Mt 19,6; cf Gn 2,24).
“Están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total” (véase FC 19). Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en común.
.-1645: “La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer a la mujer y el varón en el mutuo y pleno amor” (véase GS 49,2). La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo.
Fidelidad en el amor conyugal
El compromiso de la fidelidad matrimonial debería ser frecuente, pero al parecer que en la actualidad se ha convertido en algo habitual el hecho de ser infiel visto en muchos casos con excesiva naturalidad e incluso, para algunas personas, es le hace atractivo el hecho conquistar a un hombre casado, o a una mujer casada. Es por esto que se dice que en cierto sentido la fidelidad y la lealtad se identifican.
Aquí mencionaremos algunos árticos de los derechos canónicos que nos hablan de esto:
.-1646: El amor conyugal exige de los esposos, por su misma naturaleza, una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos. El auténtico amor tiende por sí mismo a ser algo definitivo, no algo pasajero. “Esta íntima unión, en cuanto donación mutua de dos personas, como el bien de los hijos exigen la fidelidad de los cónyuges y urgen su indisoluble unidad” (véase GS 48,1).
.-1647: Su motivo más profundo consiste en la fidelidad de Dios a su alianza, de Cristo a su Iglesia. Por el sacramento del matrimonio los esposos son capacitados para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la indisolubilidad del matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo.
.-1648: Puede parecer difícil, incluso imposible, atarse para toda la vida a un ser humano. Por ello es tanto más importante anunciar la buena nueva de que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les conforta y mantiene, y de que por su fidelidad se convierten en testigos del amor fiel de Dios.
Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en condiciones muy difíciles, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (véase cf FC 20).
.-1649: Existen, sin embargo, situaciones en que la convivencia matrimonial se hace prácticamente imposible por razones muy diversas. En tales casos, la Iglesia admite la separación física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y mujer delante de Dios; ni son libres para contraer una nueva unión.
En esta situación difícil, la mejor solución sería, si es posible, la reconciliación. La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su situación en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (véase cf FC; 83; CIC, can. 1151-1155).
.-1650: Hoy son numerosos en muchos países los católicos que recurren al divorcio según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia mantiene, por fidelidad a la palabra de Jesucristo (“Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”: Mc 10,11-12), que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el primer matrimonio.
Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se ponen en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la comunión eucarística mientras persista esta situación, y por la misma razón no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales.
La reconciliación mediante el sacramento de la penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se comprometan a vivir en total continencia.
.-1651 Respecto a los cristianos que viven en esta situación y que con frecuencia conservan la fe y desean educar cristianamente a sus hijos, los sacerdotes y toda la comunidad deben dar prueba de una atenta solicitud, a fin de aquellos no se consideren como separados de la Iglesia, de cuya vida pueden y deben participar en cuanto bautizados:
Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar sus hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios (véase FC 84).
Apertura a la fecundidad dentro del matrimonio
La creación misma y el amor entre el hombre y la mujer ordena a la fecundación o procreación luego del recibir sacramento del matrimonio, dando educación y sucesión a la vida con esto somos bendecidos por su naturaleza.
En los derechos canónicos nos van explicado que:
.-1652: “Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y a la educación de la prole y con ellas son coronados como su culminación” (véase GS 48,1):
Los hijos son el don más excelente del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: “No es bueno que el hombre esté solo (véase Gn 2,18), y que hizo desde el principio al hombre, varón y mujer” (véase Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: “Creced y multiplicaos” (véase Gn 1,28).
De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida familiar que de él procede, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más (véase GS 50,1).
.-1653: La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenatural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales y primeros educadores de sus hijos (cf. GE 3). En este sentido, la tarea fundamental del matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida (véase cf FC 28).
.-1654: Sin embargo, los esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de sentido, humana y cristianamente. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio.
La iglesia doméstica
Iglesia doméstica, es la entidad de la fe, ilusión y amor. Es una sociedad en donde se comparte, se ama, se trabaja, es donde se crea esperanza y se vive con la fe. Iglesia comparte a Dios que es el creador la familia de esa obra que llamamos procrear, la iglesia doméstica nos ayuda a educar a los hijos y optar por vivir en medio de la familia con Jesús, allí criando y aprendió a vivir con los valores humanos y cristianos.
En el código de derechos canónicos la “Iglesia doméstica”, significa que:
.-1655 Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la “familia de Dios”. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que, “con toda su casa”, habían llegado a ser creyentes (véase cf Hch 18,8).
Cuando se convertían deseaban también que se salvase “toda su casa” (véase cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en un mundo no creyente.
.-1656 En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faro de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, “Ecclesia doméstica” (véase LG 11; cf. FC 21).
En el seno de la familia, “los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada” (véase LG 11).
.-1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, “en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras” (véase LG 10).
El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y “escuela del más rico humanismo” (véase GS 52,1). Aquí se aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.
.-1658 Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de la Iglesia, particularmente de sus pastores.
Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, “iglesias domésticas” y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. “Nadie se sienta sin familia en este mundo:
la Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están `fatigados y agobiados’ (véase Mt 11,28)” (véase FC 85).
Resumen del código de derecho canónico
1659 S. Pablo dice: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia…Gran misterio es éste, lo digo con respecto a Cristo y la Iglesia” (Ef 5,25.32).
1660 La alianza matrimonial, por la que un hombre y una mujer constituyen una íntima comunidad de vida y de amor, fue fundada y dotada de sus leyes propias por el Creador. Por su naturaleza está ordenada al bien de los cónyuges así como a la generación y educación de los hijos. Entre bautizados, el matrimonio ha sido elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento (cf. GS 48,1; CIC, can. 1055,1).
1661 El sacramento del matrimonio significa la unión de Cristo con la Iglesia. Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna (cf. Cc. de Trento: DS 1799).
1662 El matrimonio se funda en el consentimiento de los contrayentes, es decir, en la voluntad de darse mutua y definitivamente con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo.
1663 Dado que el matrimonio establece a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, la celebración del mismo se hace ordinariamente de modo público, en el marco de una celebración litúrgica, ante el sacerdote (o el testigo cualificado de la Iglesia), los testigos y la asamblea de los fieles.
1664 La unidad, la indisolubilidad, y la apertura a la fecundidad son esenciales al matrimonio. La poligamia es incompatible con la unidad del matrimonio; el divorcio separa lo que Dios ha unido; el rechazo de la fecundidad priva la vida conyugal de su “don más excelente”, el hijo (GS 50,1).
1665 Contraer un nuevo matrimonio por parte de los divorciados mientras viven sus cónyuges legítimos contradice el plan y la ley de Dios enseñados por Cristo. Los que viven en esta situación no están separados de la Iglesia pero no pueden acceder a la comunión eucarística. Pueden vivir su vida cristiana sobre todo educando a sus hijos en la fe.
1666 El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente “Iglesia doméstica”, comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana.
Matrimonio civil para la iglesia católica
Para la fe y prácticas que en la Iglesia Católica se efectúan, el Sacramento del Matrimonio se fundamentan en Dios mismo, esto quiere decir que para los católicos no es válido el matrimonio civil, a través de la Escritura y Tradición de la Iglesia se nos ha dejado conocer estos y sobre todo las buenas nuevas sobre el matrimonio.
Ahora bien dependiendo de las leyes que se rigen en el país donde se viva, se hace necesario contraer el matrimonio civil esto se hace más para efectos legales y este se contrae antes autoridades civiles y no antes Dios. Es por esto que la biblia invita a todos los católicos que desea consagrase en matrimonió que este se realice por la iglesia.
Habitualmente cuando las personas deciden contraer matrimonio por el civil casi siempre es por la diferencia religiosa que poseen ambos otras de las razones es porque como estamos vivimos en tiempos de difíciles, y es mucho más sencillo y rápido. Quienes hayan tomado la decisión de prepararse para una ceremonia, deberán cumplir con una serie de trámites tanto para recibir el sacramento matrimonial de la iglesia católica como, para los que simplemente contraerán matrimonio de forma civil.
Para el derecho canónico se puede considerar una persona soltera o a las dos personas, si estas no se efectuaron su boda por la iglesia católica, o sea se considerara soltero, al o los cónyuge estuvo casado y se divorció, pero dicho divorcio se efectuó solo de forma civil, por lo tanto no es reconocible por la Iglesia. Ambos siguen solteros ante la Iglesia y ante Dios.
Por lo tanto este pudiera contraer el sacramento del matrimonio con la misma persona que se encuentra casado por el civil o con otra persona. Es coherente explicar que para el divorcio civil que solicito la pareja no ofrece obstáculo ya que la iglesia no reconoce el matrimonió por el que trae causa el divorcio.
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Qué dice la Biblia sobre el matrimonio